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Encina de la última Loba de Cubillana.

Este artículo, de nuestro queridísimo amigo Claudio Rodríguez Rodríguez (D. Claudio para todos aquellos que lo conocemos), fue escrito en la revista de feria de 2014 de Belalcázar.

Aunque abulense de nacimiento, nuestro D. Claudio lleva prácticamente toda su vida viviendo y recorriendo de arriba abajo Los Pedroches. Y de primera mano podemos afirmar que es de los mayores conocedores de nuestro patrimonio natural e histórico-cultural.

Os dejamos este artículo en el que recogen las vivencias de varios pastores de la zona. En él se refleja el profundo desamor y odio que, desde hace muchos años, se le ha tenido a una de las especies estandarte de nuestra Península, el lobo (Cannis lupus signatus), y que está conduciendo poco a poco a su extinción.

Concretamente se narra cómo fue exterminada la última Loba de Cubillana.

 

«REVISTA DE FERIA 2014.

 

ENCINA DE LA ÚLTIMA LOBA DE CUBILLANA.

Cuatro belalcazareños y un villaduquense, que desde niños vivieron en el campo, me proporcionaron información contándome algunas de sus experiencias sobre lobos y ganados de las que extraje, como de mayor interés, las que aquí se ofrecen.

Aunque ya se encuentra exterminado de nuestros campos, el lobo fue siempre la más acuciante preocupación de los pastores en el cuidado y guarda de sus rebaños, obligándoles  pasar la noche junto al redil.

Dormían en la chozuela, habitáculo portátil para dos personas que los mismos pastores se construían y lo reparaban si el continuo deterioro lo requería.

La chozuela se montaba sobre un armazón de palos entretejidos con cañas de centeno, juncos o ramas, su techo era abovedado para escurrir el agua de la lluvia; se asentaba sobre cuatro patas que lo elevaban unos quince centímetros aislándolo de la humedad del suelo. Los varales laterales se prolongaban en los extremos para servir de asidero en los traslados manuales.

Los dos pastores designados para dormir en la chozuela eran un zagal y un motril, obligándose a los solteros antes que a los casados.

Si durante la noche se oía que los lobos rondaban la majada, los dos pastores salían de la chozuela azuzando a los mastines y dando gritos para ahuyentarlos; cuando la situación se prolongaba por insistencia de los lobos, se encendía la luz de un candil, farol o linterna y se armaban con el  chuzo, que siempre estaba en la chozuela al alcance de la mano. El chuzo se componía de una vara larga terminada en hoja de lanza, cuchilla o cualquier otra variedad de punta metálica afilada.

 

Pedro Soto, nacido en 1932, ejerció como principales oficios los de hortelano y pastor.

Cuenta que siendo adolescente, de doce o trece años, un día en el que estaba  recogiendo leña de encina por Cogollalta, observó cómo el burro, que llevaba para la carga, comenzó a inquietarse, a ponerse rígido, tembloroso, resoplar y manotear. Extrañado miraba al burro cuando de repente pasó corriendo, muy cerca de él, un enorme lobo que saltó la pared de la valla de la Colada perseguido por dos mastines. Pedro sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo y le puso los pelos de punta.

Conoció varios ataques de lobos: en una lobada, por Consolación, las ovejas rompieron la malla del redil y se dispersaron por el contorno pero muchas quedaron muertas a dentelladas dentro del redil.

Recuerda cómo por el Torozo, Sierra Trapera, los lobos en pleno día seguían, a cierta distancia, detrás de carros, bestias y personas que transitaban por los caminos.

 

Andrés Calderón Torrero nació en 1941, trabajó en varios oficios pero en el que más, en el de pastor.

Los distintos rebaños que apacentó sufrieron, en ocasiones, ataques de lobos.

Tenía unos ocho años cuando, por primera vez, vio un lobo. Estaba con su abuelo al cuidado del rebaño, era durante la comida del mediodía. Andrés se alejó un poco para ver lo que le pareció una pelea de perros y volvió para explicar a su abuelo lo que había visto. Lo que estaba ocurriendo es que un lobo se llevaba un cordero en la boca y el mastín se lo impedía. El lobo consiguió escapar llevándose el cordero y en su persecución corrió el perro. El mastín regresó al día siguiente, rendido de cansancio y cubierto de heridas. Ocurrió en las Jarillas que actualmente son de Antonio.

En una lobada nocturna le mataron, por Cachiporro, siete ovejas: el lobo mata ovejas sin parar aunque no se las pueda comer.

Para defender el rebaño siempre tenían buenos mastines y como los lobos atacan en manada, dice que eran los mastines macho los que salían corriendo en persecución de los lobos mientras que las hembras permanecían ladrando  sin parar de dar vueltas al redil en prevención de otros ataques.

 

Ignacio García Hidalgo nació en1944, siempre fue pastor.

Sobre lobos recuerda su primera experiencia de cuando solo tenía ocho años de edad.

Fue en Alcornoquejo, Valle de Alcudia.

Tenían cuatro carneros churros apartados del rebaño para que su lana resultara de mejor calidad y se mantuviera más limpia hasta el día del esquileo, la reservaban para rellenar colchones. Un anochecer vino una loba y se llevó uno de los cuatro carneros: se lo llevó vivo, mordido por la piel del cuello, corriendo y hostigándolo con su cola. Unos hombres que lo vieron salieron en su persecución sin poder evitar que se la loba se internara en la espesura del monte y se perdiera de vista porque ya se hizo de noche. A primeras horas de la mañana siguiente unos pastores salieron en busca del carnero robado pero solo encontraron, entre una espesura de chaparros, restos de lana y pequeños despojos del carnero churro.

La astucia de la loba aprovechó un descuido de los pastores y la hora del anochecer para llevar alimento a sus lobeznos,ya crecidos y hambrientos, que esperaban ocultos entre el monte.

Los hombres comentaban que las lobas de cría acostumbran a llevar algún animal vivo a su camada para enseñar a sus cachorros a matar y comer.

También atacaban mucho a los cochinos, a los que muerden por las nalgas. En Cerrillo de las Cabras, a la hora de la salida del sol, dos lobos atacaron a unos cochinos que estaban en la era comiendo las granzas que resultan de la trilla y limpia del grano; mordieron a un cochino por las nalgas pero consiguieron rescatarlo y ahuyentar a la pareja de lobos.

En Cerrillo Verde, también de Alcudia, los lobos se llevaron un chivo: se lo llevaron vivo y corriendo, mordido del cogote.

En Morras de Navalpando, Valle de Alcudia, los lobos atacaban tanto que, por las noches, había que encerrar el ganado. La táctica de los lobos era la de acercarse al rebaño y salir corriendo para que los mastines les siguieran y quedara desprotegido el rebaño, momento que aprovechaban otros lobos de la misma manada para atacar al ganado.

En las noches de lluvia y ventisca eran muy frecuentes los ataques de lobos, se acercaban con el aire en contra para no ser advertidos.

Cuando los pastores ya percibían que ni con la luz del farol o la linterna, ni con los perros y el chuzo, conseguían alejar la manada de lobos lanzaban cohetes, que con sus estallidos y resplandores en la noche los hacían huir.

Los lobos también devoraban a los perros carea que se descuidaban, devoraron, también, a una mastina que, sola, se alejó demasiado en su persecución; los pollinos sueltos eran presa fácil. Aunque las vacas defienden con ahínco a  sus crías los lobos consiguen llevarse algún ternero. Eran los rebaños de cabras, por apacentarse en el monte, los que más ataques sufrían. No tiene noticias de ataques de lobos a las personas.

Para exterminar al lobo se daban batidas de cazadores. En ocasiones, cuando se conseguía matar algún lobo, se rellenaba su cuerpo de paja y así lo paseaban en un carro o en un burro, por los pueblos de la comarca: los vecinos salían a verlo y gratificaban con algún dinero por eliminar al mayor enemigo de sus ganados.

Era ésta una costumbre ancestral: Emilio Cabrera Muñoz en su obra, El Condado de Belalcázar (páginas  356-59) cita como  gastos del Concejo de Hinojosa  entre los años de 1419-1426 partidas de 84, 90, 246, 54, 180, 120 y 120 maravedíes a varios vecinos por capturar lobos y camadas de lobeznos.

 

Santiago, de Villanueva del Duque, nacido sobre 1937, con quien tuve ocasión de compartir asiento de autobús en viaje a Córdoba, me contó que sufrió varias lobadas en las que quedan muchas ovejas muertas. Dice quelos lobos matan, también a los burros, a los que muerden por las nalgas y después se entregan sin apenas resistencia; no así los mulos y caballos que se defienden bien. También sufrió lobadas en su piara decochinos durante los días de montanera.

Santiago tenía su cortijo al pie del Cerro del Sordo, que se ve a la derecha de la carretera que va a Córdoba.

 

Manuel García Fernández dice que nació en un chozo en 1920.Explica que en una ganadería solía haber un pastor por cada doscientas ovejas y distintas categorías entre pastores, siendo el mayoral quien se encargaba de la paridera, bajo el mayoral, aunque con trabajo semejante, estaba el zagal; por debajo de éstos quedaba el motril, que solía ser un joven aprendiz encargado de las horras u ovejas que no crían y de los recados.

Dice, como los anteriores, que los lobos atacaban a toda clase ganados, no solo a los rebaños de ovejas y cabras o piaras de cochinos, también atacaban a terneros, pollinos, perros de carea y algún mastín que se alejara demasiado en la persecución pero que no tiene noticias de ataques a personas.

En una ocasión, en el Valle de Alcudia, cuando ya era noche cerrada y regresaba de celebrar  la festividad de Todos los Santos visitando chozos de los otros pastores de la misma finca, oyó, muy cerca de sí, un castañear de dientes entre la oscuridad. En un principio pensó que su mastín, Tremendo, que tenía por costumbre castañear los dientes, salía a recibirlo: se le pusieron los pelos de punta al comprobar que no era su fiel perro sino un lobo amenazador quien castañeaba sus dientes intimidantes cortándole el paso de la vereda por la que transitaba.Manuel, entonces, encendió su linterna y amenazando al lobo con gritos y la garrota en alto consiguió que el lobo huyera.

En otra ocasión, cuando aún vivía su padre, se acercaron los dos al redil por haber sentido el ruido de una espantada de ovejas y descubrieronun boquete en la parte baja de la red. Entonces llamó a su mastín, Escucha, que al momento se puso en carrera hasta alcanzar a un lobo que en el arroyo se estaba comiendo una oveja sacada del redil.

A su padre le ocurrió que, una noche cuando por el campo regresaba a su chozo, oyó el tintineo de una cencerrilla, quiso saber de dónde procedía el sonido y se topó de cara con una loba que al trote conducía una chivita mordida por la carrillera. Al ver esto empuñó su garrota y con gritos amenazó a la loba,ésta huyó dejando libre a la chivita que, dando muestras de agradecimiento, vino a refugiarse a su lado.

No sabiendoa quién pertenecía la chivita la incorporó a su rebaño. Al verano siguiente, como de costumbre, condujeron el rebaño de merinas a pastar en los agostaderos de la campiña cordobesa y su vecino de agostadero le contó cómo una loba le robó una chivita a la que tenía mucho aprecio: comprobadas las marcas entregó la cabra a su legítimo dueño.

 

 

Antonio Gómez Torrico nació en enero de 1933, pasó toda su vida en Cubillana y muchas veces se encontró con los lobos.

Siendo joven, estaba, una mañana, cortando adelfas para hacer támaras de atar gavillas en la cañada que actualmente ocupa el pantanillo de Cogollalta, de doña Rosa Montero, cuando la perrilla que siempre le acompañaba descubrió, ocultos entre las adelfas, una pareja de lobos que con la cabeza en alto chasqueaban sus dientes. Un escalofrío recorrió, de pronto,todo sucuerpo pero los lobos huyeron al verle empuñar la herramienta de trabajo y los ladridos de su perra.

Otra vez cuando, ya de noche, venía de regresoa casa en compañía de Manolo, su vecino de cortijo, se encontraroncon un lobo sentado en medio del camino delante de ellos: los dos, al momento, se agarraron de la mano pero enseguida reaccionaron dando voces y lanzando piedras logrando que el lobo huyera.

Estando en la era, atareado en terminar la faena del día, se le hizo de noche. Al oír un ruido de arrastre, como ya no se veía tuvo que acercarse al lugar del ruido para comprobar lo que estaba pasando. Antonio se vio de frente, a tres metros de distancia, con un lobo que le miraba fijamente con ojos relucientes: el ruido lo hacía el pollino que arrastraba el palo de amontonar la parva trillada, a la que estaba atado, por alejarse del lobo que sigilosamente le estaba acosando. El lobo huyó al verse descubierto.

Dice que con frecuencia se dejaba oír el aullido del lobo en distintos puntos, muchas veces al atardecer y al amanecer, y que son varias las ocasiones en las que, andando por veredas, se encontró de frente con algún lobo; una vez tuvo que retroceder porque el lobo se mostraba firme, desafiante y amenazador.

La última loba que se dejó ver por Cubillana fue la que mataron bajo el tronco de una vieja encina que está muy cerca de la fuente de la Ventilla, de Pedroche.

Esto ocurrió por los días de Pascua Florida, en la primavera de, poco más o menos,  1957. Eran las diez de la mañana cuando los perros levantaron una loba que se ocultaba entre un cañaveral que hay en el Lagar de María Miguel, cerca de la Fuente del Duque, en Cubillana.

Unas mujeres, al oír los excitados y fuertes ladridos de perros, salieron de la casa y vieron pasar, cerca de ellas, una loba que corría perseguida por los perros enfurecidos. Las mujeres dieron gritos de alarma para que acudieran los hombres que, a esas horas, ya se ocupaban en labores del campo.

La loba perseguida bajó por la cañada de María Miguel hasta los Rasos de Ventosilla y  cruzando la Colada subió para ocultarse entre las encinas del Combo.

Era una vieja loba solitaria que ya se había dejado ver merodeando por los encinares de Cogollalta.

La loba, en mortal persecución de perros agresivos y hombres armados con herramientas de trabajo, terminó refugiándose bajo el tronco hueco y retorcido de una gran encina que hay junto al manantial de la fuente de la Ventilla de Pedroche.

Esta vetusta encina, que en tiempos abatiera el temporal, impresiona por su lisiada majestuosidad y deforme corpulencia. Su tronco, robusto y hueco, se retuerce como reptando para salvar una leve depresión que, junto a su pie, forma la incipiente cañada. Superando su deformidad, consiguió dotarse de frondosa copa que cada año ofrece abundantes bellotas de buen tamaño y agradable sabor.

La fuente de la Ventilla mana del adjunto crestón de cuarzo donde los romanos excavaron la mina de cobre; el agua del manantial se conduce unos metros bajo tierra hasta una alargada pila granítica sobre la que vierte el chorro deun tubo metálico.

Bajo esta encina y junto a esta fuente vino a refugiarse la loba perseguida.

Aculada, con la espalda cubierta por el tronco de la vieja encina, se defendió a dentelladas hasta su muerte: entre Luis el Jalo y Alfonso el Tierno la remataron.

Dicen que estaba preñada, con dos lobeznos en su vientre más la comida de un borrego, pesadez que facilitó su caza, y que nunca más, hasta nuestros días, volvieron a verse lobos por todo aquel entorno.

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Tronco de la vieja encina retorcida, de la fuente de la Ventilla, en la antigua dehesa de Pedroche, Belalcázar, donde vino a refugiarse la última loba de Cubillana.

 

Belalcázar, 23 de marzo de 2014.

Claudio Rodríguez.»

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